Se despierta plomizo, interfiriendo
algún mundo feliz, oscura fe
y gritos de una alarma por traspié:
otra noche violada con estruendo.
Se ducha a toda prisa, agradeciendo
la cotidiana coz, el puntapié
de un vigor anegado en el café:
el alma en una taza de agua hirviendo.
Baja ocho pisos, corre por el metro;
puntual frente a la puerta, como un clavo
llega al trabajo.
Cuando acaba retro-
cede el trayecto,
sube hasta el octavo,
y de nuevo en su casa toma el cetro.
Un hombre como tantos, un esclavo.
lunes, 25 de junio de 2007
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