Vienes siempre hacia mí con aguacero
de almenas doloridas, y anegada
en parva colusión.
Con dentellada
y minuciosidad de carpintero
destilas aguas, buscas asidero
lacrimógeno y dócil:
rehogada
de caudales, desnudas tu fachada
en llantos que me atrapan.
Prisionero,
no sé si al abrazarte soy prolijo
en ardor que me excava;
si hay un nombre
para este afán arcano de ser fuerte;
si ofrecerle a tu aliento mi cobijo
es azar o designio;
si el ser hombre
implica esta avidez de protegerte.
domingo, 1 de julio de 2007
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