martes, 3 de julio de 2007

Soneto XLV: Vigía

La purísima estancia que sanciona
los domingos de invierno, incinerados
por hachones de luz, descamisados
junto al tejido añil de mi poltrona.

El blando ventanal que perfecciona
chorros de luz en cálidos bordados
y cenizas de nieve; los tejados
dolida alfombra, cuidadosa lona.

Varado como esfinge o como gato
observo la indolencia de las calles
tras vidrios de un almíbar inmediato:

muchachas que guarecen su retrato,
su busto, sus caderas y sus talles...
Y el mundo se me atora en los detalles.

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