Perdóname mis manos y mis ojos
que viven para ti.
Dame el primero
de tanto aliento,
rasga los cerrojos
que abren tu día ocioso y zalamero.
Perdóname este cuerpo que te busca
a ocasión del placer,
o que te tañe
de pura sed.
Perdóname la brusca
lujuria añil,
perdona que te arañe
ese cuello incesante,
sí,
perdona
que me pierda entre el beso y la sutura
que ata tus piernas.
Mágica corona,
los ojos de una piel por armadura,
perdóname y desbócate sin brida;
incéndiate,
mujer,
desconocida.
sábado, 23 de junio de 2007
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