Tengo la calma de las papeleras,
la paciencia de un mar que no se cansa,
cuando la noche, la ciudad, se amansa
y su pulso se pliega en ratoneras.
Tengo la plenitud de las aceras
cuando los suelos, la ciudad, descansa
ya muy de madrugada, sola y mansa,
de sus prisas, su luz, sus borracheras.
Ciudad y yo. La noche y su ventura
silencio baladí, espeso y tiznado,
con el que recobrar la compostura
para otro amanecer abotargado:
resignado a cubrirme de basura,
resignado a acabar pisoteado.
miércoles, 28 de marzo de 2007
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